Australia invade Mojácar
Pedro Nieto Carrasco
Hace tiempo que a la mimosa (Acacia saligna, A. cyanophylla) se le quedó pequeño el bonito jardín de la colina. Consciente de su capacidad para sufrir, despreció los innecesarios cuidados que le brindaba el jardinero y decidió escapar por su cuenta ladera abajo. Su objetivo era llegar junto al mar para vivir libremente conforme a sus costumbres ancestrales. Están a 15.000 kilómetros de su casa pero el nuevo sitio les gusta y se sienten capaces.
En pocos años se han curtido con el viento de levante y mojándose los labios con la brisa marina ha ido ganando terreno a los habitantes locales incapaces de adivinar la envergadura de semejante invasión silenciosa. Las mimosas miran sin compasión al perejil de mar (Chritmum maritimum), el padrijo (Asteriscus maritimus) y la azucena de mar (Pancratium maritimum) que empiezan a padecer los efectos de su temida penumbra. Aún desconocen lo mala que puede llegar a ser y lo poco que le gusta el compañerismo. Y es que, desde Australia, la mimosa se trajo en la maleta una de las peores armas biocidas jamás inventada por la naturaleza: el poder alelopático de sus hojas capaz de inhibir el crecimiento y la germinación de cualquier posible competidor. La convivencia y el equilibrio ecológico conseguido durante miles de años tiene aquí y ahora los días contados.
Con la llegada del hombre a estos parajes, los antepasados de nuestros palmitos, lentiscos, cornicabras (Periploca laevigata) y rascamoños (Launaea arborescens) vieron llegar primero a sus parientes australianos, los Eucaliptos, y tuvieron que ceder de mala gana los terrenos más llanos justo donde hoy se establecen los merenderos y chiringuitos de playa. Su complejo estaba justificado pues al fin y al cabo, no había en Almería nadie con tanta envergadura capaz de ofrecer su preciada sombra.
En realidad, la población aborigen nunca vio con buenos ojos la llegada de extraños. A medida que el hombre los iba invitando sin su permiso, se sentían más desplazados. Llegaron los árboles frutales liderados por el algarrobo. Hoy nadie le discute su autoridad en toda la comarca aunque su copa ya no cobije ganado ni sus algarrobas se utilicen para dar de comer a los cerdos. Luego vinieron los norteamericanos también con ganas de quedarse: la pita y la chumbera. Eran criaturas extrañas pues se multiplicaban sin practicar sexo.
También les cogió por sorpresa la proliferación de la cañavera (Arundo donax) que fue traida por el hombre en haces desde Asia. Todos reconocían que llegó en el momento oportuno pues ofrecía buenas prestaciones en épocas de penuria. Ahora le pasa como a nuestro humilde esparto, que ya nadie la quiere. Pero ha tenido tiempo de conocer bien el lugar, se ha anclado a la base de los balates y ha buscado esparcimiento en el recodo del ramblizo. De hecho, se ha echo tan fuete que ya no hay campaña medioambiental capaz de echarla de España a pesar de estar detrás de graves daños causados por la alteración de la dinámica fluvial de las zonas semiáridas.
Hay otro vecino que se ha auto nacionalizado, quizás el más descarado de todos, que se hace llamar gandul (Nicotiana glauca). Se ha presentado desde Argentina con lo puesto sin dar explicaciones, ni tan siquiera al todopoderoso hombre a quien desde hace tiempo no hace más que darle trabajo. Anda por las cunetas como perro vagabundo y come nitrógeno que encuentra suelto. Aparece un buen día en mitad de los cultivos propagando virus aunque no desprecia escolleras,canteras, bancales incultos o laderas de terraplén. No hay por donde sacarle provecho, es tan malo que ni su madera vale para hacerla picón. A mí, que se me ha pegado el habla, me parece "capital rematao".
La mimosa, que no es tonta, se vale de una estrategia sutil para conseguir su objetivo que consiste en hacerse la simpática. La explosión de flor que ofrece en primavera la hace irresistible al profano. Tiene un aura mágica (parecida a la de las palmeras), de tal suerte que en un jardín se quitan todas las malas hierbas menos la mimosa. Desde pequeña la vamos guiando para que se haga un árbol majestuoso sin sospechar que cada vez que florece no lo hace para nuestro disfrute , que ingenuos, sino para alentar sus aires de grandeza. Le gusta la vida salvaje pero dispone de plan alternativo por si la cosa se pone fea atrincherándose en el ámbito de la jardinería urbana. Ha logrado conseguir que sea el propio ayuntamiento su principal valedor pues, lejos de regular y prohibir su uso, prodiga su presencia por todo el frente litoral a cambio de nulo mantenimiento y sombra gratuita. Alguna vez levanta un bordillo pero sin querer.
El vertiginoso aumento de su población es un efecto colateral del ansía desmedida por construir y especular en el litoral que ha transformado drásticamente el paisaje. Hemos alterado el perfil del suelo y allí donde hay terreno movido se genera una rápida dinámica colonizadora que favorece a los más “listillos” de la clase entre los que se encuentran la mimosa y el gandul. Sentado junto al mar contemplo a los cormoranes tomando el sol en su islote y justo al lado, el más esperpéntico de los paisajes, urbanizaciones a medio hacer camufladas entre mimosas naturalizadas e idílicos campos de gol que ya dejaron de regarse.
El drama y la negligencia administrativa en este asunto toma tintes dramáticos para uno de los pobladores autóctonos que más tiempo lleva viviendo en Mojácar. Se llama Limonium stevei , caméfito peremne conocido como siempreviva de Mojácar de la familia de las plumbagináceas. Es un endemismo exclusivo de la provincia de Almería localizado solo entre Carboneras y Mojácar, justo, justo, justo, donde la mimosa campa a sus anchas. Estamos hablando de una especie en peligro crítico según la UICN, y estrictamente protegida por la Comunidad Autónoma de Andalucía. Por ley, y así se venía haciendo, cuando una infraestructura afectaba a una de sus poblaciones o interceptaba el área de distribución potencial se establecían los mecanismos necesarios para compensar el daño normalmente mediante planes de traslocación. Pero ¿qué pasa ahora?. La administración en banca rota no tiene obras ni empresas a quien poder cargarle el coste del desbroce. Quizás, peor aún, ni siquiera se haya dado cuenta.
Otra población indígena que agoniza. Así de insensibles y de nefastos somos a veces los humanos.