La cárcel de los horrores
Pedro Nieto Carrasco
El mismo día que acabé de hacer el estanque de mi jardín, compré unos peces de colores. Un amigo aficionado a los acuarios me indicó que había vaciado el contenido de su pecera llena de gambusias a una pequeña acequia de agua salobre que había en las inmediaciones de nuestro barrio. Empezó a aclimatar sus acuarios y los peces exóticos de las tiendas eran infinitamente más bellos. Por aquellos entonces compartía a partes iguales ilusión e ignorancia así que fui allí y me traje varios ejemplares de gambusia para probar. Al meter el colador en aquel triste venero me impresionó la temperatura del agua, nada menos que 39 ºC, ¡Son aguas termales!
La gambusia (Gambusia holbrooki, poeciliidae) está considera en el mundo una de las principales amenazas para la pesca y los ecosistemas fluviales. Vino desde Norteamérica a España en 1921 importada como especie milagro para el control biológico de mosquitos. Su expansión en la península está causando el desplazamiento del fartet (Aphanius Iberus), un pez autóctono de las aguas dulces de la franja costera mediterránea declarado desde hace dos décadas en peligro de extinción. Solo quedan poblaciones relictas en el tramo medio del Rio Segura, Albuferas de Valencia y Adra, Delta del Ebro y en torno al Mar Menor de Murcia.
La incorporación de gambusias en mi estanque fue una mala experiencia. Los carásidos no podían reproducirse y la fauna invertebrada estaba esquilmada. Es verdad que no había larvas de mosquito pero tampoco de efémeras, plecópteros o libélulas. Así que un buen día, vacié el estanque y decidí devolver aquellos indeseables peces a su mismo lugar de origen. Cuando llegué, no había agua. Era verano y había llovido poco.
Doce años más tarde, he vuelto a pasar por allí. Parece increíble pero sigue habiendo gambusias. ¿Cómo es posible que sobrevivan en una lámina tan delgada de agua parcialmente eutrofizada, con índices de salinidad parecidos al agua de mar, a casi 40 ºC y sujetos al estricto régimen de estacionalidad estival?. Al meter las manos en aquellas aguas sulfurosas, por aquello de que pudieran ser mineromedicinales y buenas para mi psoriasis, noté como se me pegaban las sanguijuelas. Les tengo repugnancia desde que leí una técnica médica de desangrado que consistía en cortarles el extremo del intestino. Se vuelven insaciables y jamás dejan de chupar sangre. Forman parte de un ciclo ecológico centenario en el que esperan impacientes la llegada ocasional del ganado sediento. El agua dulce más próxima, desde que se abandonaron los aljibes, está a más de dos kilómetros. A la sanguijuela adulta le gusta la sangre caliente pero las inmaduras se abastecen de sangre de rana o de pez. Ahora, con la inesperada visita de los nuevos inquilinos, disponen de sangre abundante todo el año.
Al guerrero americano, especializado en la lucha mundial contra el mosquito enemigo se le han invertido las tornas. Un reducido número de efectivos, seleccionados al azar, han sido desterrados de por vida a un miserable y perdido rincón de Europa en las peores condiciones de vida jamás imaginadas y donde la posibilidad de escapatoria, sencillamente, no existe. La fatalidad hizo que se encontraran con insensibles carceleros dispuestos a realizarles un desangrado lento.Lo suficientemente lento para permitirles que sigan viviendo.
Llevan allí desde 2002, el mismo año que en otro lugar miserable y perdido del Caribe, abrieron la cárcel de los horrores. Es inevitable, cuando me acuerdo de unos no puedo dejar de pensar en los otros.