Spain is different
Pedro Nieto Carrasco
Cuento dos casos de investigadores extranjeros que vinieron por primera vez a España y cómo fueron cálidamente recibidos.
El primero lo narra el propio José Antonio del Cañizo, autor del imprescindible manual sobre diseño de jardines con el que nos hemos formado muchas generaciones de jardineros y al que yo, de siempre, he llamado “biblia”.
Se ve que le encargaron recibir a Paul de Bach, autoridad reconocida a nivel mundial en el control biológico de la mosca blanca. Venía directamente desde la Universidad de California- Riverside con un maletín lleno de tubos con pupas de Cales noacki , posible enemigo natural de la mosca blanca algodonosa de los cítricos (Aleurothrixus floccosus) que empezaba a ser una preocupante plaga en las plantaciones de naranjos. Un insecto que se adaptó perfectamente al clima mediterráneo y que a la postre resultó ser la salvación de muchos citricultores.
El afamado investigador americano estableció las condiciones ideales para que el experimento científico se llevara a cabo con las máximas garantías. Impuso que debía de realizarse en una finca vallada para evitar el vandalismo, que tuviera naranjos fuertemente infectados de mosca blanca para facilitar la rápida multiplicación del parasitoide, que hubiese un compromiso por parte del dueño de no aplicar pesticidas y que tuviese referencias espaciales claras para la identificación rápida de las muestras en campo.
Y sin más, se lo llevaron al cementerio de Málaga donde nunca entraban los equipos de tratamientos fitosanitarios. La plaga era tal que si te ponías debajo de un naranjo rápidamente perdías el luto. La identificación de las muestras era muy sencilla pues le dijeron que bastaba con poner a cada tubo una etiqueta con el nombre del difunto/a grabado en la lápida más cercana. El guiri, que después de tantos viajes pensaba haberlo visto todo, exclamó:
¡Humorrrr negrroooo espanioool!.
En otra ocasión, vino a Almería un físico escocés para hacernos la demostración de un invento suyo adaptado para la lucha contra el picudo rojo. Eran tiempos de desconcierto y el enfoque del picudo estaba en la detección precoz pues aun no sabíamos nada del protocolo preventivo de tratamientos químico-biológicos.
El ingenio consistía en un clavo metálico que se introducía con un mazo de nylon en el estipe de la palmera y en cuya gruesa cabeza imantada se acoplaba una especie de potente fonendoscopio. La finalidad del aparataje consistía en recoger y grabar los distintos sonidos internos de la palmera para detectar la presencia de las larvas del picudo cuando se están alimentando y posteriormente contrastarlos con la curva de sonido ya conocida que daban las mandíbulas al masticar la fibra de la palmera. Decía que su sistema auditivo de detección era más fiable y salía más barato que el sistema olfativo que usaban en Israel con perros adiestrados puesto que él trabajaba siempre en el suelo y los sabuesos, en el caso de palmeras ejemplares, había que elevarlos con grúas hasta la zona del cogollo para acercarlos al foco de infección.
Estábamos ocho o diez técnicos alrededor del investigador pasándonos los auriculares y descubriendo la cantidad de sonidos que tiene en su interior una palmera cuando , mira por donde, empezó a llover. Rápidamente y de manera instintiva, como hacemos siempre todos los que vivimos en Almería, fuimos a resguardarnos a los coches.
Unos por otros tuvimos la desfachatez de dejar al recién llegado allí solo, plantado al pie de la gran palmera. Avergonzados y con las chaquetillas montadas sobre la cabeza, volvimos para auxiliarle pero él, acostumbrado a la lluvia, ya tenía puesto su impermeable. Acto seguido, ante nuestra atónita mirada, activó un resorte en la tapa del maletín que desplegó en tres precisos movimientos un pequeño paraguas con el único fin de proteger de las inclemencias aquel costoso prototipo.
Este segundo ingenio eclipsó al primero y desde ese momento, dejamos de hablar de picudo para centrarnos en todas las posibilidades comerciales que tenía aquel fabuloso maletín. Llevábamos mucho tiempo sin ver un paraguas.