20
Octubre
2015

Tibbles, así se llamaba el gato

La triste historia del Chochín de Stephen

Pedro Nieto Carrasco

 Leo esta mañana en El Pais que un científico del Museo Americano de Historia Natural mata al único ejemplar de  “Alción bigotudo” que consigue encontrar en las Islas Salomón después de haber estado buscándolo durante más de dos décadas (De este vistoso y desconocido animal solo se tiene constancia de un espécimen en 1920  y de dos hembras abatidas por cazadores a petición de unos coleccionistas en 1950).

 

Tras describir con emoción el colorido plumaje que iba desde el azul añil hasta el oro y elogiar su canto inigualable,  decide sorprendentemente “incluirlo” en la colección.  Una manera fina de decir que lo mató.

Tras las duras críticas sociales, se ha justificado diciendo que no es un trofeo de caza sino que procedió de acuerdo con las prácticas de campo estándar que otros biólogos ilustres  como  Charles Darwin o Wallace habían venido haciendo desde hace dos siglos y que “matar un bigotudo ayudará a salvar a todos”.

¿Hasta cuándo va a continuar esta burda práctica de matar en nombre de la ciencia a los seres vivos?  Existen miles de aves "eutanasiadas" en universidades y museos que dudo salgan alguna vez del congelador. Científicos de pacotilla que solo sacian su ego cuando bautizan un hallazgo (ante la ciencia) con su propio nombre aún a riesgo de poner en peligro una población relicta  o el equilibrio de un ecosistema.

Este caso me recuerda al del famoso gato del farero en la Isla de Stephen (Nueva Zelanda),  caso excepcional en que un animal se extingue al mismo tiempo de ser descubierto. Resulta que en esta isla habitaba un pájaro nocturno insectívoro que no volaba, el “chochín de Stephen”. Como esta isla estaba en una importante ruta de navegación, decidieron construir un faro y seleccionaron como primer farero al señor Lyall, un biólogo aficionado a la ornitología. Este hombre se llevó a su gato doméstico para hacerse compañía y a los pocos días le trajo, como ofrenda, un pájaro regordete casi sin cola que jamás antes había visto. Decidió enviarlo al Club de Ornitología de Londres con la intención de pasar a la historia por el descubrimiento de una nueva especie.Y así fue.

Famosos ornitólogos de finales del XIX como Rothschild y Walter Buller reclamaron ejemplares para sus colecciones donde fueron a parar los últimos 19 ejemplares que Tibbles, como así se llamaba el gato, consiguió capturar para ellos con el ignorante consentimiento de su amo.

 

 

De esta manera tan triste acaba la  historia de un ave que no reconocía el peligro de la depredación y, peor aun, que ni siquiera podía volar para huir. Paradójicamente el chochín fue bautizado con el nombre de la persona que lo descubrió y a la vez lo extinguió (Xenicus lyalli). Desde entonces, se han acercado a la isla, sin éxito, muchísimos directores de museos y coleccionistas con el fin de incorporar en sus valiosas colecciones un ejemplar disecado de Chochín de Stephen.

La culpa se la echamos a los gatos como ha ocurrido en Canarias donde se les hace responsables de la extinción de  la codorniz gomera (Coturnix gomerae) o el escribano patilargo (Emberiza alcoveri), además de dos múridos gigantes de Tenerife y Gran Canaria (Canariomys bravoi y Canariomys tamarani) y del lagarto gigante de La Palma (Gallotia auaritae).

Pero la responsabilidad última es nuestra por llevarlos y dejarlos sueltos.  Si al menos llevaran puesto un cascabel, …